
-¿Cómo ves lo de escribir sobre la felicidad?
-¿La felicidad? Es pan comido, un juego de niños. La felicidad es lo que llevo sintiendo cada día durante mucho tiempo porque soy feliz, somos felices ¿no es así?
Esto era lo que pensé el día que me comprometí a decir aquí algo sobre la felicidad. Me pareció sencillo; después de todo, cualquiera se ha sentido feliz alguna vez ¿o sólo contento? La verdad es que ahora mismo dudo, maldición, voy a la RAE, esperad un segundo. Ya. Dice: “estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien”; Dios mío cuánta frialdad. Leído así, uno podría pensar que cada vez que su ánimo se ve complacido por tener algo, entonces ya está siendo feliz, ¿es eso? ¿así de simple? O sea que si como chocolate y me encuentro satisfecha ¿puedo decir que soy feliz? Pero ¿y si a los dos minutos estoy llorando porque no queda café? ¿Ha de ser la felicidad algo duradero y estable? ¿De cuánto tiempo seguido estamos hablando?¿Y si me siento bien pero mal a la vez? B-A-S-T-A.
Pues no, no va a ser esto tan fácil como pensaba y es que si no me equivoco, la felicidad es aquello que todos anhelamos incluso sin saber que lo hacemos y escribir sobre algo que todo el mundo busca supone una presión, ya que hay millones de personas que llevan preguntándose sobre esto eones antes que tú, seguramente de manera mucho más elocuente; entonces ¿qué sentido tiene? Vayamos por partes.
No tendría sentido, por ejemplo, que sólo con mi experiencia personal pretendiera hacer un tratado filosófico brillante sobre la búsqueda antropológica de la felicidad ya que probablemente me quedaría demasiado grande. Sin embargo creo que cualquiera, por el mero hecho de ser persona y por tanto de querer ser feliz, está capacitado para hablar sobre la felicidad.
Cuando somos jóvenes, creemos que ser feliz es algo que va por delante de nosotros; que eso de la felicidad es algo así como el nirvana, un estado que alcanzaremos en algún momento y que para conseguirlo hemos de realizar algunas cosas tales como: acabar la universidad, irnos de casa, dar la vuelta al mundo, aprender otro idioma, nadar con delfines o plantar un pino (literalmente, claro). Y ¿qué pasa? Que llega un momento en el que nos damos cuenta de que puede que no demos la vuelta al mundo, tal vez ni siquiera a nuestro país, que los delfines han dejado de interesarnos y que aquel pino que plantamos, ya está seco. Es entonces cuando muchos vemos que solo queremos encontrar nuestro sitio en la vida, tener una rutina, una casa a la que volver por las tardes y un trabajo que nos haga sentir realizados y nos permita tener una familia. Sí, eso es. Eso sí que es posible. Dentro de unos años por fin seremos felices y nos sentiremos realizados.
Pero pasa el tiempo y conforme nos hacemos mayores nos damos cuenta de que ser feliz es algo que ya dejamos atrás y que rara vez volveremos a experimentar. Ya no somos tan atractivos, tan rápidos, tan jóvenes ni tenemos tanto tiempo o ganas como antaño y lo único que vemos que se nos viene encima son dificultades: pagar una hipoteca, sacar unos hijos adelante, enterrar a nuestro padre, intentar (sin éxito) perder peso. Y ¿qué pasa entonces? Que nos desanimamos, no vemos motivación en casi nada de lo que hacemos. Nuestro trabajo, ese que empezamos tan ilusionados hace veinte años nos parece una monotonía pesadísima que a duras penas soportamos y aquella familia que formamos ha ido creciendo pero ya apenas tenemos tiempo para ella. Ay, si tan sólo pudiéramos parar el tiempo y volver atrás. ¿Dónde está aquel estado permanente de autorrealización y satisfacción que nos prometieron?
No sé cómo lo veréis vosotros pero creo que es evidente que hay un error en la forma de ver el mundo. Si nos pasamos media vida soñando con que llegue el momento de ser felices y la otra media lloriqueando porque ya pasó… ¿entonces cuándo somos realmente felices? Tal vez es que no somos conscientes de que lo somos, o igual tienen razón los que dicen que no podemos alcanzar la felicidad en esta vida, que vivir es sufrir y que como mucho encontraremos momentos de alivio que calmen los ratos de sufrimiento. Puede ser también que no nos hagamos las preguntas adecuadas o simplemente como yo ahora mismo, que nos estemos haciendo demasiadas preguntas.
Ejemplifiquemos todo. El otro día (esa franja de tiempo que va desde ayer hasta hace tres años) estaba dándole la enhorabuena a una amiga que me dijo que se casaba y le pregunté que qué tal estaba, una de esas preguntas absurdas que hace el ser humano, como cuando nos caemos rodando por las escaleras, las piernas separadas del cuerpo, sangre en el suelo y nuestros dientes esparcidos por las esquinas y alguien tiene la osadía de preguntarnos si estamos bien, pues obviando mi pregunta y yendo a lo que ella intuía qué le estaba queriendo decir en realidad, lo que me dijo fue más o menos lo siguiente: “la gente nunca está satisfecha, siempre quiere más. Cuando les dices que te gusta un chico te preguntan si ya os habéis besado, cuando tienes novio te preguntan que cuándo pensáis casaros, cuando os casáis que a ver cuándo tendréis hijos y cuando sois padres que para cuando el hermano, así no se puede ser feliz”. Y más razón que un santo.
No podemos basar nuestra felicidad en algo futuro porque no sabemos qué pasará, ni tan siquiera si habrá mañana, y por supuesto tampoco en el pasado pues no sirve de nada recrearse en recuerdos que no van a volver y olvidarse de vivir. Sonará a tópico pero aquello de “el hoy es un regalo, por eso lo llamamos presente” que nos escribían en las tarjetas de cumpleaños tenía su raison d’être.
Suena absurdo pero ¿conocéis Mr. Wonderful, la marca esa que se ha hecho famosa gracias a poner frases moñas con tipografía cuqui en tazas, carpetas, fundas de móvil y hasta preservativos (sí, lo sé; no, no voy a comentar esto)? Pues creo que ese tipo de frases, las que nos poníamos en post-its para motivarnos las noches de exámenes, las que tiene la gente de estado en WhatsApp, las que suelen atribuirse falsamente a Winston Churchill, a Groucho Marx o al tan socorrido Autor Anónimo, esas que hemos leído tantas y tantas veces que ya no nos calan, creo que son la mejor y más sencilla manera de entender y acercarnos a la felicidad.
(ADVERTENCIA: Las siguientes líneas contienen frases altamente intensas y azucaradas. Cínicos, abstenerse.)
“Levántate cada mañana y vive ese día como si fuese el último”.
“Sonríe, verás lo agradable que es ir desentonando con el resto del mundo”.
“Sé la mejor versión de ti mismo”.
“No esperes a que llegue el momento apropiado, coge el momento y conviértelo en el apropiado”.
Dejando a un lado las arcadas, la ironía o el comentario sarcástico de turno, quedaos simplemente con que en cualquier momento podemos decidir empezar a ser felices, cambiar nuestra actitud para con el mundo, tratar a los demás de manera distinta o realizar las cosas con una atención especial. Da igual que tengamos 20 o 40 años, lo que hayamos hecho o lo que queramos hacer; si lo que estamos haciendo, por muy insignificante que sea, lo hacemos mejor y con más ganas, creo que entonces y solo entonces, comprenderemos que resulta que ya éramos felices. Y si no, siempre podremos empezar por comprarnos una taza de Mr.Wonderful.
Por Teresa Beitia
He nacido para disfrutar la vida, pero Dios se olvidó del dinero. Y por eso, escribo.
Me ha encantado Teresa. El mejor de todos los artículos de este número 1! Felicidad es saber que alguien que no conoces te aprecia.
Simplemente… Me encanta.