Ernesto es él. Y esto es lo que mejor le define, más allá de sus logros, de sus pensamientos y de sus opiniones.
Es él por único, porque no hay más Ernestos tan comprensivos, abiertos, cultos, cercanos, amigables y amables. Pero no solo por único. Es él por auténtico, porque no hay mayor coherencia que la de perseguir, en la vida, lo que creemos que merece la pena. Pero no solo por auténtico. Es él por cariñoso, porque sabe acoger sin pensar igual, dialogar sin adoctrinar, explicar sin imponer. Pero no solo por cariñoso. Es él por generoso, porque lo único que tuve que hacer para pedirle esta entrevista -en medio de mil cambios profesionales por su parte- fue eso, pedírselo.
En definitiva, Ernesto es él, el amigo que todo ser humano quisiera tener. Y además es poeta, dramaturgo, trabaja en el departamento de relaciones internacionales de Centennial College en Canadá, es padre de sus dos hijas y fiel compañero de su esposa. En este contexto, me apetecía hablar del Amor con Ernesto, pues parecía que tenía algo que decir, y esto es lo que surgió:

¿Qué es el amor?
Así me gusta. Empezando con preguntas fáciles. A ver cómo salgo yo de esta: el amor es un concepto abstracto, así que cada persona tendrá su propia respuesta; porque la educación sentimental de cada uno le habrá ido haciendo cambiar su propia definición a lo largo del tiempo. Mi concepto del amor, por ejemplo, es muy distinto del que tenía en el instituto, y no sé lo que pensaré dentro de veinte años. Hoy por hoy me siento muy identificado con una definición que se encuentra en un poema mío:
«Amar es el deseo de ser uno
con lo que nos parece más hermoso».
Probablemente las historias que más resuenan en las cabezas de los lectores a lo largo de la historia son las que cuentan historias de amor y desengaño, ¿cuáles son las que más te gustan y por qué?
Si me pongo a hablar de literatura no va a haber quien me pare. Intentaré moderarme, aunque no descarto que llene la entrevista de citas literarias. Yo siempre he sido muy de Cyrano de Bergerac y de Florentino Ariza (el protagonista de El amor en los tiempos del cólera). Pero esa fiebre ya pasó, afortunadamente: ya no tengo ni edad ni ganas para ir de segundón melancólico. Desde hace años, mi historia favorita es la del abuelo de mi amiga María:
De pequeña, María pasaba los veranos con sus abuelos. El abuelo salía cada mañana a pasear por el campo y María le acompañaba. Y él siempre hacía lo mismo: arrancaba una hoja de albahaca, abría su cartera, tiraba la albahaca del día anterior y metía la que acababa de arrancar. Cuando María le preguntó el por qué de ese ritual, el abuelo dijo: «Tu abuela y yo nos conocimos hace más de cincuenta años, y ella se enamoró de mí porque yo llevaba una hoja de albahaca fresca en la cartera. Desde entonces, cada día pongo una nueva hoja de albahaca porque quiero seguir enamorándola cada día».
Qué es lo más increíble que has hecho por amor. ¿Lo volverías a hacer?
Si te refieres a cosas espectaculares de esas de comedia romántica con fanfarrias en la escena final, pues sí, he hecho muchas tonterías. Buf, pero muchas. Yo qué sé, apuntarme a francés, gastar mis ahorros en comprar un billete a Holanda a la chica que me gustaba, que estaba enamorada de un holandés, o recorrerme media España en coche para grabar una cinta sorpresa de feliz cumpleaños con personas a la que mi chica no veía desde hacía quince años. Hasta he comido acelgas por amor, fíjate. No sé si volvería a hacerlas, la verdad. Lo de las acelgas tengo claro que no.
Ahora bien, también hice algo que no sé si es increíble. Para muchos puede ser más de ser un poco idiota y para mí tampoco es increíble porque es algo que considero lógico cuando uno ama de verdad. Pero para explicarlo tengo que remontarme un poco atrás:
Yo, también por amor, nunca me fui de Erasmus. Ya sabes, lo típico de que tienes una novia y no te quieres separar de ella y oh, la distancia, qué va a ser de nosotros. Ahora tengo muy claro que eso ni es amor ni es algo increíble. Es de ser un melindres: si es el amor de tu vida todo seguirá igual cuando vuelvas; y si no lo es, mejor saberlo cuanto antes y no unos años después. El caso es que yo nunca me fui, la historia con esa chica se acabó y entre unas cosas y otras el no haberme marchado se convirtió en mi gran asignatura pendiente. Durante años estuve muy jodido, y todavía tengo una espinita clavada con eso: a ver, no hablo de los fiestorros y los polvetes que inundan la mitología del Erasmus. Me refiero a la experiencia de ser estudiante en otro país, cuando no tienes obligaciones laborales y te puedes sumergir mucho más intensamente en una cultura distinta. Durante años fui coordinador de estudiantes americanos que hacían programas de study abroad en España, y ahora en Canadá trabajo como asistente de admisión de estudiantes internacionales. A lo largo de mi vida, por tanto, he tratado con centenares, quizás miles de estudiantes que disfrutaban de la experiencia de aprender en el extranjero. Y aún hoy, cada vez que trato con ellos siento un poco de envidia, porque sé que esa es una puerta que en ese momento no me atreví a cruzar y ahora está cerrada para siempre. He tenido la suerte de viajar bastante y de vivir en varios países; pero mis tiempos de estudiante ya han pasado y, por tanto, sé que nunca he vivido y nunca viviré esa experiencia.
¿Qué tiene que ver todo esto con el amor? Mi mujer tiene algunos años menos que yo, y durante su último año de carrera tuvo la oportunidad de irse de Erasmus. Ya estábamos casados, y quizás por eso ella me dijo que aunque le apetecía marcharse no lo iba a hacer porque teníamos una hipoteca que pagar y blablablá. No teníamos mucho dinero, pero hicimos cuentas y vimos que si yo buscaba un trabajo adicional (era esa época en la que existía trabajo en España) podríamos permitirnos que ella no tuviera que trabajar durante un año. Así que la convencí para que se marchara un curso académico completo, porque yo no quería ser la persona a causa de la cual ella dejara de hacer lo que yo siempre he lamentado no haber hecho.
Primero el amor platónico, luego el divinizado, ahora el amor romántico. ¿Puede amarse para toda la vida?
Por supuesto. Mira el abuelo de mi amiga María. Pero si un amor no dura toda la vida tampoco es un fracaso. Mis padres, sin ir más lejos, se divorciaron hace más de quince años. Pero estuvieron casados durante veinticinco, y yo recuerdo mi infancia con mis padres felices y sonrientes entre ellos. Llegó un momento en el que por las razones que fueran aquello dejó de funcionar, pero mientras se amaron se amaron para toda la vida. O eso me gusta creer, claro.
Conocemos tus andanzas por Canadá como si viviésemos allí, contigo. Sabemos que te ha tocado abandonar un país al que probablemente amabas y una profesión en la que te sucedía lo mismo. ¿Por qué se quiere tanto a un hijo como para olvidarse de uno mismo?
Es que no me he olvidado de mí mismo. En todo caso, he dejado de lado algunas facetas de mi vida, porque una misma persona es muchas cosas a la vez. Sí, amo España y amo el teatro y la docencia. Pero como ya dije aquí, además de ser dramaturgo y profesor, sobre todo soy padre. Y me remito a lo que dije al principio: amar es el deseo de ser uno con lo que nos parece más hermoso. A mí mi mujer y mis hijas me parecen lo más hermoso del mundo, y emigrar a Canadá no ha sido solo por ellas, sino por esta unidad que somos mi mujer, mis hijas y yo.

Aquí están Ernesto y su mujer, compartiendo la celebración de su boda, que fue una representación teatral. La historia la puedes leer aquí.
Volviendo al amor por la profesión, ¿qué tiene el teatro que no tenga el resto? ¿Por qué dejar tanto por un arte que está cada vez menos de moda?
Niego la mayor: no creo que esté cada vez menos de moda. La gente no acude en masa al teatro porque con la que está cayendo y el IVAzo que nos han metido, el teatro se ha convertido casi en un producto de lujo. Pero esto es lo que pasa en España, claro. Vete a Londres o a París o a Nueva York o a Berlín o incluso a Toronto y verás. Ahí fuera hay países que han entendido que, bien gestionada, la cultura no es solo uno de los pilares básicos de la identidad nacional, sino también una tremenda máquina de generar dinero. También es cierto que en España los que nos dedicamos a la cultura no hemos sabido explicar por qué la cultura es necesaria. Pero esto ya es otra historia. Por otra parte, tanto las discográficas como las editoriales como las productoras de cine y televisión están como están por culpa –dicen- de las descargas. Pero a ver cómo demonios te bajas una obra de teatro con los actores en directo.
Y en cuanto a por qué dejar tanto… Ay, el teatro. Pocas profesiones te permiten estar tan vivo. Y no es una frase hecha, es la realidad. En escena tienes que estar activo, despierto, y a la vez dar vida a un personaje que hasta ese momento es solo un montón de palabras escritas una detrás de otra. El esfuerzo, la risa, la tensión, los nervios, las lágrimas, la confianza, las rivalidades, la complicidad y la entrega de todo un equipo de personas para crear entre todos algo bello que ofrecer a un público… Todo eso y mucho más es parte del proceso de montaje de un espectáculo teatral, desde la concepción del texto a la representación, pasando por el periodo de ensayos y el estreno. Es una de las actividades más hermosas que conozco.
Qué buscas en la poesía: Lo que te falta, lo que no encuentras en otros o a ti mismo.
Ah, mira, esta es fácil porque ya había pensado sobre eso hace tiempo. Por lo general, cuando escribo prosa –teatro, relatos, artículos…- lo hago para explicarle cosas a los demás. Deformación profesional de la docencia, imagino. En cambio, escribo poesía para explicarme cosas a mí mismo. Sí, suena un poco paulocoelhiano, pero es así. Cuando tengo un jaleo muy grande en la cabeza, cuando no entiendo muy bien lo que me pasa, siempre he conseguido salir del hoyo escribiendo poesía. Te lo explico mejor con un ejemplo: cuando hace años me echaron del trabajo en el que llevaba años trabajando duro, me sentí como… Bueno, de aquella manera. Y estaba lleno de sentimientos encontrados, y cabreado todo el día por la injusticia cometida y esas cosas. Pero llegó un día en que comprendí que me estaba autocompadeciendo y tenía que seguir mi camino, aun dejando atrás muchas cosas. De todo ese proceso de asunción, que duró varios meses, surgió Noé, un poema de resonancias bíblicas al que tengo mucho cariño.
Leímos con pasmo glorioso el artículo que dedicaste a tu profesor de lengua en primaria, don Miguel. De alguna forma nuestra capacidad de amar se configura por comparación, viendo cómo nos aman. ¿Quién o qué es lo que te ha dado más razones para amar?
Yo es que soy de corazón fácil. Cuando algo me gusta, me gusta mucho mucho. Y si algo no me gusta, por lo general me suele dar igual. Por eso podría hacerte una lista larguísima de razones para amar que incluiría… Yo qué sé, de todo. Don Miguel fue mi primer maestro, sí. Otro gran maestro fue Rafael Sebastiá, profesor de piano, que me enseñó a vivir la música. Y podría citar mil personas más, pero también lugares y libros y obras de arte y series y películas y animales. Hace unos días leí precisamente aquí en ResPublica un artículo de Vandalio sobre El curioso caso de Benjamin Button. El artículo era muy bueno, pero lo que me pareció magistral fue su bio: «Sí, soy un veleidoso pastor renacentista. Y sí, me parezco a Peter Lorre echando un pitillo. Porque soy todo lo que he visto y leído». Me siento plenamente identificado con esa frase. Y luego hay otra cosa de la que no me quiero olvidar porque son parte imprescindible de mi vida: mis alumnos, algunos de los cuales son hoy excelentes amigos y mejores personas que me han hecho amar mi vida, mi trabajo y nuestra amistad.
Me cuesta hablar de amor sin mencionar, aunque sea para echarle la bronca, a Dios. Llevamos unos meses convulsos, persecución religiosa en Mosul, matanzas en África, Gaza y Palestina, que al final tienen su origen en la tierra prometida… ¿Crees que el hecho religioso sirve, en el amor, para algo más que para crear discordias? ¿Aman más quienes creen en Dios o son más egoístas?
Yo no me considero creyente, pero me interesa mucho el hecho religioso visto desde la perspectiva del ser humano individual. El cómo vive una persona su propia religiosidad. Y cuando digo que me interesa mucho me refiero, por ejemplo, a que hice mi tesis en literatura religiosa. Por eso también me interesa la solemnidad y el misterio del rito: porque todo hecho teatral tiene algo de rito, igual que toda ceremonia religiosa tiene algo de representación teatral. Pero no me quiero ir por los cerros de Úbeda, así que vuelvo a la pregunta.
Una buena parte de la humanidad necesita creer en Dios. Creo que en esto estaremos todos de acuerdo. Luego vendrían los debates morales o ideológicos sobre si esa necesidad está basada en la fe o en la ignorancia, si la religión es el opio del pueblo o si es el alimento del alma. Pero ese es otro tema en el que ahora no vamos a entrar. Yo me refiero a que el hecho religioso sirve, sobre todo, para dar una respuesta individual a muchas preguntas. Hay quien busca a Dios para sentir consuelo ante el dolor, la soledad, la injusticia o la pérdida de un ser querido. O para enfrentarse a la certidumbre de que todos hemos de morir. O para sentirse acompañado en el día a día. Si aceptamos esto -e imagino que tanto creyentes como no creyentes pueden aceptarlo-, la consecuencia lógica es que Dios -cualquier dios- es, entre otras muchas cosas, una herramienta. Sé que puede parecer chocante comparar a Dios con un martillo o con una sierra de calar. Digamos, por tanto, que es una herramienta espiritual, o como queramos llamar a aquella parte de nosotros que no tiene que ver con los cinco sentidos. Pero herramienta al fin y al cabo. No hay nada de malo en ser una herramienta, claro. Somos lo que somos gracias a la rueda, a la polea, a la imprenta, a la calefacción, a las azadas, a los diccionarios… Todas ellas son herramientas que nos han ayudado a transitar con más facilidad en esta carretera tan nuestra que es la vida. Igual que, como digo, les sucede a algunas personas con su religiosidad.
Pero las herramientas no tienen la culpa de lo que se haga con ellas. Un cuchillo sirve para cortar el pan y para atravesar el corazón de un hombre. La jeringa que da la vida al enfermo se la quita al heroinómano. Y lo mismo pasa con Dios: a lo largo de la historia las distintas religiones han ayudado a millones de personas y matado a otras tantas. En nombre de Dios -de nuevo, cualquier dios- tanto en Occidente como en Oriente se han cometido crímenes espantosos y se han creado obras de arte bellísimas. ¿Qué hacemos entonces? ¿Dios es malo o es bueno? Pues depende de lo que se haga con él. Como con cualquier herramienta.
Se dice mucho eso de que hoy en día, además de a Dios, se adora a dos dioses todopoderosos: el dinero e Internet. Es una comparación un poco traída por los pelos, lo sé, pero la saco a colación porque son tres herramientas poderosísimas. Habrá a quien no le interese internet, claro, igual que hay a quien no le interesa Dios. En manos de gente buena, las tres son herramientas fantásticas. Pero, y por poner un ejemplo negativo que desgraciadamente tienen las tres en común, ponlas en manos de unos cuantos pederastas y verás lo que ocurre. ¿Qué hacemos? ¿Eliminamos internet para que así nadie pueda compartir fotos y vídeos repugnantes? ¿Prohibimos el dinero para que nadie pueda pagar por acostarse con una niña de siete años? ¿Censuramos la idea de Dios para que nadie pueda violar niños en su nombre? A mí me da que ni el dinero ni internet ni Dios tienen que ver con esto, y que lo que hay que hacer es perseguir implacablemente a cualquier cabrón que cometa un delito.
La sociedad individualista parece olvidarse cada vez más del individuo. Las personas viven en un bienestar casi con mayúscula o en una pobreza superior. La clase media se resiente a la vez que aumentan las diferencias. Al recordar Romeo y Julieta, como con compasión, ¿es verdad que el amor no tiene límites?
Hombre, sí. Los límites legales, por ejemplo. Tú te puedes enamorar de una niña de ocho años, pero te aseguro que vas a tener serios problemas. También están los límites cronológicos: es difícil ver una película de Katherine Hepburn y no enamorarse de ella, pero lleva muerta unos cuantos años. Y ahora un poco más en serio, yo creo que los límites se los pone uno mismo. Porque a lo largo de los años, mientras uno está soltero se vuelve más flexible o más inflexible en el amor según le haya ido en la vida. Quizás te han dado muchos palos en la vida y te dices que una y no más santo Tomás. Pero también puedes seguir sin pareja a los treinta o cuarenta y que te entre la neura con lo de que se te pasa el arroz y aceptas lo primero que se te ponga a tiro. Y una vez en pareja, lo mismo: los límites de la pareja los marca la misma pareja, pero no siempre de forma consciente. En toda relación de más de una persona siempre hay tiras y aflojas y las reglas del juego se van estableciendo de forma tácita con el paso del tiempo.
En qué piensas cuando esperas al autobús, en esos ratos en los que te quedas solo contigo mismo.
Desde hace poco, en lo que tengo que escribir. Hace unas semanas que me compré un teclado para el iPad, que creía que era la cosa más tonta que se había inventado jamás. Y oye, la cosa más práctica del mundo. Tengo ahora unas cuatro horas de autobús al día, así que voy escribiendo artículos, avanzo con lo que algún día será mi primera novela…
Qué es el éxito.
Sé que citar libros de autoayuda está mal visto, pero me da igual. John Gray, el autor de Los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus tiene una cita que me parece una excelente definición: «El éxito es conseguir lo que deseas al mismo tiempo que amas lo que ya tienes». Que habrá citas mejores e incluso es posible que él la tomara de otro autor. Pero a mí me parece muy buena definición.
¿Solo sabe qué es el amor quien lo probó?
A ver. En esta vida se puede tener conocimiento teórico de casi todo. De lo que hay tras la muerte, por ejemplo, solo tenemos hipótesis, conjeturas y supersticiones. Pero de casi todo lo demás hay tutoriales en internet y preguntas en Yahoo Answers. En cuanto al amor, es una experiencia esencialmente física que, como tal, hay que probarla para conocerla bien. Y no me refiero al sexo, sino incluso al sentimiento que se apodera de ti y no te deja en paz. Así que sí, hay que probarlo. Lo mismo sucede con otras cosas extraordinarias: un cochinillo asado, el olor de la tierra después de llover, el abrazo de un amigo al que hace años que no ves o las cataratas del Iguazú. Y también, por supuesto, con experiencias horribles que no quisiéramos que nos sucedieran jamás: una enfermedad terminal, ser desahuciado de tu casa y no poder dar un hogar a tus hijos o el asesinato de un ser querido. Te lo pueden contar, lo puedes leer, puedes hacer una tesis sobre el tema. Pero quien no lo ha probado no sabe exactamente lo que es.
Me gusta una filosofía que no sé si proviene exclusivamente del cristianismo. Es la idea de pensar en un juicio final en el que se nos examinará del amor, y de nada más. ¿Puede hacerse algo bien si no se ama? ¿Por qué parece que quienes más triunfan son los que menos aman? La generosidad y el altruismo parecen una especie de tobogán hacia el fracaso.
Como escritor, me interesa sobre todo el hecho de que en español el campo semántico sobre el amor y la amistad es muy reducido. Al menos si lo comparamos con el campo semántico del odio y la enemistad, que es algo más amplio. Y es que necesitamos más palabras para definir los distintos tipos de amor que existen. A mí me cuesta mucho imaginar que haya una persona en el mundo que no ame nada. No me refiero amar a alguien, ojo. Sino amar algo. Lo que sea. Su oso de peluche de cuando era niño, o los huevos fritos con puntillas, o una piedra del camino que le enseñó que su destino era rodar y rodar, yo qué sé. Pero me cuesta nombrar ese sentimiento con el mismo vocablo con el que designamos la pasión que sentía el abuelo de mi amiga María. No por ser más o menos intenso sino porque pertenece a otro lugar, no sé si me explico. O sea, tenemos querer, amar, adorar… Y de ahí para abajo tenemos gustar, desear y otros cuantos. Pero entre gustar (una persona) y querer (a una persona) yo veo un trecho muy largo para el que nos harían falta nuevas palabras. No he hecho la cuenta, pero es posible que haya más palabras para describir distintos tipos de morado (lila, violeta, púrpura, morado, cárdeno…) que para definir nuestros sentimientos de amor hacia las personas y las cosas.
Además, el egoísmo es amor. Hacia uno mismo, pero amor. Y en todo altruismo hay una gota de egoísmo. No un egoísmo negativo tipo «primero yo y a los demás que os den un peine» sino de un egoísmo basado en el hecho de que uno siempre hace lo que considera acertado hacer. Siempre subyace la satisfacción personal del sentirse útil o de provecho o buena persona.
Y ya que estamos con juicios finales, déjame meter otra cita. Dostoievski pensaba que el día del juicio final, cuando la especie humana sea convocada para dar cuentas, se le preguntará si ha servido de algo su paso por la tierra; y entonces podremos, orgullosos, mostrar un ejemplar de Don Quijote. No me digas que no es para dejarlo todo ahora mismo y marcharse a leerlo.
Por qué amar entonces sin un trascendente.
Porque no siempre necesitamos ser trascendentes. Trascendente es, según la RAE, aquello que está más allá de los límites de cualquier conocimiento posible. Un amor trascendental, inexplicable, es una experiencia única. Y además hay citas preciosas que hablan de eso, como esa que dice «Quien puede decir cuánto ama, pequeño amor siente», o aquella otra de «El corazón tiene razones que la razón desconoce». Pero a veces el amor es explicable y no pasa nada. Cuando nacieron mis hijas una amiga me dijo algo que no voy a olvidar nunca: «todo lo que creías saber sobre el amor no es absolutamente nada comparado con lo que vas a vivir a partir de ahora». Y así ha sido: yo jamás he amado tanto ni me he sentido más amado. La alegría de mis hijas cuando se despiertan y me ven, o la plenitud con la que me abrazan sin querer separarse de mí son sensaciones tan intensas que no se pueden describir. Entiendo que una parte de ese sentimiento mío hacia ellas o de ellas hacia mí no es racional sino instintivo. Nos remite a nuestra parte más animal. Pero es un instinto que aunque no es analizable ni mesurable si se puede entender: algo dentro de ellas les dice que su madre y yo somos quienes las vamos a proteger pase lo que pase.
La princesa está triste… ¿Qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color, Ernesto, ¿qué haces cuando te aburre el amor?
Si el amor es aburrido solo se pueden hacer dos cosas: o luchas contra él o, si ves que no hay solución, huyes como de la peste. Pero ojo, que muchos confunden la rutina de la pareja con el aburrimiento. Y son dos cosas muy distintas. Hay un poema de Pedro Salinas que explica muy bien esa diferencia. Para Salinas, al que considero el gran poeta del amor de todo el siglo XX, el amor es como un mar en cuya superficie hay olas enfurecidas que nadie puede detener, pero más abajo hay un poso relajado de corrientes marinas mucho más tranquilas pero también más continuadas. Y es en ese fondo marino donde, como sabemos, la fauna marina hace su vida.
Si me citas a Rubén Darío, además, estás perdido. Porque es uno de mis poetas de cabecera, y precisamente ese poema, Sonatina, es un poema que se responde a sí mismo y responde a tu pregunta. Ese principio de niña cursi aburrida es muy conocido. Pero hay que leer el poema entero para descubrir que la solución a todo eso está en la pasión amorosa. El modernismo literario que Darío trajo a la literatura española se caracteriza sobre todo por un uso extraordinario de la musicalidad. Y musicalmente hablando, el final es un crescendo que termina con un tutti de la orquesta a todo trapo. Haz la prueba: lee el poema en voz alta, como si lo estuvieras representando para un niño pequeño. Y a partir del verso que dice «Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-» déjate llevar por el ritmo, que se acelera y se encabrita y hace inevitable ponerse en pie para terminar gritando que algún día llegará ese príncipe maravilloso con su eterna pasión.
He de reconocer que, después de Miguel Hernández, mi poeta preferido es Cernuda. Déjame escribir dos estrofas para preguntarte luego.
<<Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido>>
¿Para qué sirve la libertad si no es para amar?
Parecerá una respuesta de Perogrullo, pero la libertad sirve para ser libre. Libre para vivir tu propia vida y, por tanto, libre incluso para no amar. Piensa, por ejemplo, en las mujeres que en muchas partes del mundo aún son casadas a la fuerza por sus familias. O en los homosexuales que tienen que fingir una heterosexualidad e incluso casarse con alguien del otro sexo. Y si volvemos a la literatura, en el Siglo de Oro español tenemos a Marcela, la pastora de la primera parte del Quijote, y a Tisbea, la pescadora de El burlador de Sevilla. Ambas tienen unos monólogos bellísimos en los que reivindican su libertad para no amar a nadie.
A lo largo de la historia, la concepción popular del amor ha variado y desvariado casi sin límites. Actualmente parece que no cabe pensar en amor sin sexo, o no sin carnalidad, entendida como elemento necesario para que exista el verdadero amor. ¿Cuál es la relación entre el sexo y el amor?
Venga, aquí vuelvo a tirar de citas porque tengo unas cuantas muy apropiadas. La primera es lo que dice Kundera en La insoportable levedad del ser: el amor no se manifiesta en el deseo de acostarse con una persona sino en el deseo de dormir con una persona. Cervantes lo explica aún mejor sin mencionar la cama: Amor y deseo no son la misma cosa, porque no todo lo que se desea se ama ni todo lo que se ama se desea. Así que la relación entre sexo y amor es muy polifacética: el amor sin sexo está bien aunque es como una comida que alimenta pero le falta su condimento. El sexo sin amor, también muy bien aunque es un sabor intenso que no siempre alimenta. Y luego están el sexo con amor y el amor con sexo. Que son lo mismo pero no son igual, y aquí es mejor que cada uno piense si le gusta más uno u otro.
A veces me acojona pensar que la forma más heroica de vivir el amor es amar incluso a quien te odia. ¿Es necesario que el amor sea correspondido?
Por supuesto que sí. Me remito a las tres décimas imprescindibles con las que arranca El caballero de Olmedo, de Lope de Vega. Podría esforzarme en explicártelo mejor, pero sé que nunca voy a estar a la altura de Lope. Los treinta versos son excepcionales, pero solo con los seis últimos te respondo a tu pregunta:
(…) Pero si tú, ciego dios,
diversas flechas tomaste,
no te alabes que alcanzaste
la victoria, que perdiste
si de mí solo naciste,
pues imperfecto quedaste.
Ahora que no nos oye tu mujer, ¿cuál es tu amor platónico?
Tendríamos que ponernos de acuerdo con lo que significa amor platónico. En El banquete, su gran diálogo sobre el amor, Platón introduce la idea de que originalmente éramos seres hermafroditas que debido a nuestro orgullo fuimos divididos por los dioses en hombre y mujer y ahora buscamos pareja para completarnos y sentirnos de nuevo como esos seres perfectos. En ese sentido, mi amor platónico es mi mujer, que es quien me hace ser la mejor persona que puedo llegar a ser. Como en ese verso dulcísimo de Salinas: es que quiero sacar de ti tu mejor tú. Aunque Neruda lo explica mejor aún: Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos. Tengo la inmensa suerte de que ella me hace sentir así.
Pero si entendemos amor platónico como aquel amor imposible de los cancioneros renacentistas donde el amor está idealizado y su esencia misma es la de ser inalcanzable, mi amor platónico es mi mujer, un día antes de conocerla. Ojalá pudiera volver a conocerla de nuevo para ir preparado y llevar en mi cartera una hoja de hierbabuena fresca.